RELATO
SOBRE EL REY DE EDESA
Tomado
de la obra del Padre de la Historia Eclesiástica, Eusebio de Cesarea, vol I, 13.
Esta obra fue escrita en la primera mitad del Siglo IV.
El relato acerca de Tadeo es como sigue. La fama de la
divinidad de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a causa de su poder
milagroso, alcanzó a todos los hombres y, con la esperanza de la curación de
sus enfermedades y dolencias de toda especie, atraía a innumerables gentes que
habitaban incluso en el extranjero, muy lejos de judea.
En estas circunstancias se hallaba el rey Abgaro, que
reinaba excelentemente sobre las gentes del más allá del Eufrates y tenía su
cuerpo destrozado por una enfermedad terrible e incurable para el humano poder.
Así que llegaron a él noticias insistentes sobre el nombre de Jesús y los
milagros unánimemente atestiguados por todos, se convirtió en suplicante suyo
enviándole un delegado con una carta en la que pedía verse libre de la
enfermedad.
Pero Jesús no atendió por entonces a su llamada. Sin
embargo, le hizo el honor de enviarle una carta de su puño y letra en la que
prometía enviarle uno de sus discípulos que le curaría de la enfermedad y al
mismo tiempo le llevaría la salvación para él y para todos los suyos.
No pasó mucho tiempo sin que Jesús cumpliera su promesa.
Después de su resurrección de entre los muertos y de su ascensión a los cielos.
Tomás, uno de los doce apóstoles, movido por Dios, envió a la región de Edesa a
Tadeo –que también se contaba entre el número de los setenta discípulos de
Cristo, y por su medio se cumplió lo que el Salvador tenía prometido.
Tienes de todo en esto testimonio escrito, sacado de los
archivos de Edesa, que en aquél entonces era la corte. En los documentos
públicos que en ellos se guardan y que contienen los hechos antiguos y de los
tiempos de Abgaro, se encuentra también dicho testimonio, conservado hasta hoy
desde entonces. Pero nada mejor que escuchar las cartas mismas que hemos sacado
de los archivos y que, traducidas del siríaco, dicen textualmente como sigue:
COPIA
DE LA CARTA ESCRITA POR ABGARO, TOPARCA, A JESUS Y ENVIADA A JERUSALEN POR EL
CORREO ANANIAS.
“Abgaro Ucama, toparca, a Jesús, el buen Salvador que ha
aparecido en la región de Jerusalén. Salud:
Han
llegado a mis oídos noticias acerca de tu persona y de tus curaciones, que, al
parecer, realizas sin emplear medicinas ni hierbas, pues, por lo que se cuenta,
haces que los ciegos recobren la vista y que anden los cojos; limpias a los
leprosos y arrojas espíritus impuros y demonios; curas a los que están
atormentados por larga enfermedad y resucitas muertos.
Y
yo, al oír todo esto de ti me he puesto a pensar que una de dos: o eres Dios,
que, bajando personalmente del cielo, realizas estas maravillas, o eres Hijo de
Dios, ya que tales obras haces.
Este
es pues el motivo de escribirte rogándote que te apresures a venir hasta mí y
curarme del mal que me aqueja. Porque además he oído que los judíos andan
murmurando contra ti y quieren hacerte mal. Pequeñísima es mi ciudad, pero
digna, y bastará para los dos”.
Esta
es la carta que Abgaro escribió, iluminado entonces por un poco de luz divina.
Pero bueno será que escuchemos la carta que al mismo envió Jesús por el mismo
correo, carta de pocas líneas, pero de mucha fuerza, cuyo tenor es como sigue:
RESPUESTA
DE JESUS A ABGARO, TOPARCA, POR MEDIO DEL CORREO ANANIAS.
“Dichoso
tú que has creído en mí sin haberme visto. Porque de mí está escrito que los
que me han visto no creerán en mí, y que aquellos que no me han visto creerán y
tendrán vida. Más acerca de lo que me escribes de llegarme hasta ti, es
necesario que yo cumpla aquí por entero mi misión y que, después de haberla
consumado, suba de nuevo al que me envió. Cuando haya subido, te mandaré alguno
de mis discípulos, que sanará tu dolencia y te dará vida a ti y a los tuyos”.
A estas cartas iba todavía unido, en siríaco, lo siguiente:
Después de la ascensión de Jesús, Judas, llamado también
Tomás, le envió como apóstol a Tadeo, uno de los setenta, el cual llegó y se
hospedó en casa de Tobías. Cuando corrió el rumor acerca de él, avisaron a
Abgaro de que había legado alí un apóstol de Jesús, como se lo había escrito en
la carta.
Comenzó, pues, Tadeo, con el poder de Dios, a curar toda
enfermedad y flaqueza, hasta el punto de que todos se admiraban. Mas, cuando
Abgaro oyó hablar de los portentos y maravillas que obraba y de que también
curaba, entró en sospechas de si sería éste el mismo del cual Jesús le hablaba
en la carta, allí donde decía: Cuando yo haya subido, te mandaré alguno de mis
discípulos, que sanará tu dolencia.
Hizo, pues, llamar a Tobías, en cuya casa se hospedaba, y le
dijo: He oído decir que ha venido cierto hombre poderoso y que se aloja en tu
casa. Tráemelo. Se fue Tobías a estar con Tadeo y e dijo: El toparca Abgaro me
mandó llamar y me dijo que te llevara hasta él para que le cures; y Tadeo le
respondió. Subiré, puesto que he sido enviado a él con poder.
Al día siguiente Tobías madrugó y, tomando consigo a Tadeo,
se fue ante Abgaro. Entró Tadeo, estando allí presentes de pie los magnates del
rey, y al instante de hacer él su entrada, una gran visión se le apareció a
Abgaro en el rostro del apóstol Tadeo. Al verla, Abgaro se prosternó ante
Tadeo, dejando en suspenso a todos los que le rodeaban, pues ellos no habían
contemplado la visión que sólo se mostró a Abgaro.
Este preguntó a Tadeo ¿de verdad eres tú discípulo de Jesús,
el Hijo de Dios, el que me tiene dicho: te mandaré alguno de mis discípulos que
te curará y te dará vida? Y Tadeo respondió: Porque es muy grande tu fe en él,
según la fe que tengas así verás cumplidas las peticiones de tu corazón.
Y Abgaro le replicó: De tal manera creí en él, que llegué a
querer tomar un ejército y aniquilar a los judíos que lo crucificaron, de no
haberme hecho desistir el miedo al Imperio romano. Y Tadeo le dijo: Nuestro
Señor ha cumplido la voluntad del Padre y, una vez cumplida, subió al Padre.
Díjole Abgaro: También yo he creído en él y en su Padre. Y
Tadeo dijo: Por esto voy a poner mi mano sobre ti en su nombre. Y así que lo
hubo hecho, al punto quedó curado el rey de la enfermedad y de la dolencia que
tenía.
Después de esto, dijo Abgaro: Tadeo, tú haces estos milagros
con el poder de Dios, y nosotros hemos quedado maravillados. Pero yo te ruego
que además nos des alguna explicación sobre la venida de Jesús, como fue, y
también sobre su poder: en virtud de qué poder obraba él los portentos de que
yo he oído hablar.
Y Tadeo respondió: Ahora guardaré silencio. Pero mañana,
puesto que fui enviado para predicar la palabra, convoca a asamblea a todos tus
ciudadanos, y yo predicaré delante de ellos, y en ellos sembraré la palabra de
vida: sobre la venida de Jesús: cómo fue; y sobre su misión: por qué razón el
Padre lo envió; y acerca de su poder, de sus obras y de los misterios de que
habló en el mundo: en virtud de qué poder realizaba esto; y acerca de la
novedad de su mensaje, de su pequeñez y de su humillación: cómo se humilló a sí
mismo deponiendo y empequeñeciendo su divinidad, y cómo fue crucificado y
descendió al hades e hizo saltar el cerrojo que desde siempre seguía intacto y
resucitó muertos, y cómo habiendo bajado solo, subió a su Padre con una gran muchedumbre.
Mandó pues Abgaro, que al alba se reunieran todos sus
ciudadanos y que escucharan la predicación de Tadeo, y luego ordenó que se le
diese oro y plata sin acuñar. Pero él no lo aceptó y dijo: Si hemos dejado lo
nuestro, ¿cómo habíamos de tomar lo ajeno?”
Ocurría esto el año 340.
Baste por el momento con este relato, que no será inhútil,
traducido literalmente de la lengua siríaca.
EL PRESENTE TEXTO ESTÁ
TRANSCRITO DE : EUSEBIO DE CESAREA, Historia Eclesiástica, Vol. I BAC, Madrid,
1997, pp. 53-59.
LA FOTOGRAFIA ES TOMADA
DE: Paul L. Maier, Eusebio, historia de la Iglesia, Ed. Portavoz, USA, 1999, p.
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